Se trata de pequeñas siembras de marihuana, realizadas presuntamente por consumidores o pequeños traficantes de esa droga, que en el mes de julio, cuando el maíz ya está alto, entran en las fincas y arrancan las cañas en corros de varios metros, sembrando en esa tierra la marihuana, que crece frondosa aprovechándose a los abonos, tratamientos fitosanitarios y riegos generales que se da a la parcela de cereal.
La marihuana avanza así sin el conocimiento del agricultor, puesto que con el maíz crecido no se percata de la presencia de la plantación intrusa, y sólo es ahora, en noviembre, cuando entran las cosechadoras, cuando aparecen esas “calvas” en el terreno, que prueban lo ocurrido.
Para ASAJA, estas prácticas ilegales no son sólo un perjuicio para la explotación agraria, sino que además dejan expuesto al agricultor a una situación comprometida, difícilmente denunciable, puesto que al ser el propietario de la finca estaría obligado a acreditar que no es él mismo quien ha cultivado marihuana y que no habría dado su consentimiento para que los intrusos entraran en su propiedad. Incluso, el agricultor puede temer las represalias de estos desconocidos, obviamente de principios éticos muy dudosos, y que pueden causar cuantiosos daños en el poco vigilado patrimonio agrario (sistemas de riego, cultivos, maquinaria, etc.)
Por todos estos motivos, que revelan las enormes dificultades que tienen que sortear los agricultores y ganaderos para proteger su patrimonio, amenazado como nunca por los amigos de lo ajeno, ASAJA pide a las administraciones que se intensifique la vigilancia de las fuerzas del orden en las áreas rurales.
Asaja-CyL