Los países a los que se dirige la ayuda son: Guinea-Bissau, Liberia, Malí, Senegal y Sierra Leona. Aparte de su proximidad geográfica, tienen otra característica en común: todos ellos sufren unos alarmantes niveles de pobreza y malnutrición. En algunos casos, hasta el 70 por ciento de la población vive por debajo del umbral de la pobreza.
Reconstrucción después de años de conflictos civiles
Dos de estos países todavía se resienten de los efectos de la guerra civil (que duró 11 años en Sierra Leona y 14 en Liberia) y están comenzando lentamente la ardua tarea de la reconstrucción. Todas las infraestructuras básicas como escuelas, carreteras y hospitales resultaron muy dañadas o destruidas. Otros factores como la inestabilidad política, la aplastante deuda exterior y la falta de oportunidades educativas agravan el problema.
En Malí, las causas subyacentes de esta difícil situación no radican en los conflictos sino en un debilitamiento general de la economía del país. Las pobres cosechas, las precipitaciones inadecuadas y la creciente desertificación han pasado una elevada factura a un país en el que el 95 por ciento de la agricultura es de secano.
Los cinco países tienen en común sus estadísticas demográficas: la edad media de su población es extremadamente baja. En Malí y Senegal, el 47 por ciento de sus habitantes tiene menos de 15 años; y en Sierra Leona, el 42 por ciento es menor de 15 años y el 75 por ciento menor de 35.
Desarrollado con los gobiernos nacionales
“Estos proyectos afrontan la inseguridad alimentaria, teniendo en cuenta la naturaleza compleja de sus causas y ofreciendo una variedad de opciones para superarla”, afirmó Jose María Sumpsi, Subdirector General de la FAO al frente del Departamento de Cooperación Técnica. “Las prioridades -añadió- han sido identificadas con los gobiernos nacionales.”
En los cinco países, los proyectos se centran en la agricultura como herramienta importante para reducir la pobreza y aumentar la seguridad alimentaria. Pero también reconocen que aumentar la producción no es suficiente, y que cualquier estrategia tiene que incluir iniciativas para mejorar la comercialización de los productos agrícolas.
Un elemento clave en cada proyecto serán las actividades de formación y aprendizaje para las asociaciones locales de productores, desarrolladas en escuelas de campo para agricultores. En ellas se enseñará a los campesinos a almacenar y conservar los productos para que no se vean forzados a vender sus cosechas inmediatamente después de la recolección.
“En países en los que entre el 40 y el 50 por ciento de la población adulta nunca ha ido a la escuela, los agricultores aprenderán prácticas agrícolas más eficientes, pero también cómo montar una pequeña empresa, cómo sacar el máximo partido de los pocos recursos disponibles y cómo tener una producción agrícola con valor añadido para el mercado”, dijo Kevin Gallagher, un experto de la FAO para el desarrollo de programas.
Los proyectos también promocionarán la diversificación de cultivos para evitar una excesiva dependencia de un único producto básico. En Guinea-Bissau, donde las nueces del anacardo representan el 90 por ciento de las exportaciones, un reciente desplome del precio en los mercados internacionales ha dañado gravemente la economía del país.
La cooperación FAO/Italia
En total, el Gobierno Italiano se ha comprometido a contribuir al Fondo Fiduciario de la FAO para la Seguridad Alimentaria con 100 millones de dólares EE.UU., de los cuales 75,7 millones ya han sido aportados. A día de hoy, se han llevado a cabo 21 proyectos de desarrollo agrícola: 14 en África, dos en Oriente Medio, uno en Asia Central, uno en Europa del Este y tres en las regiones del Caribe y el Pacífico.
Esta nueva iniciativa en África Occidental se suma a otros proyectos FAO/Italia ya en marcha en África Central y Oriental (Burundi, Ruanda y Uganda) y en África Meridional (Malawi y Zambia).
FAO