Los bancos de biodiversidad nacieron para compensar los daños causados a los ecosistemas y a las especies que los habitan con el mantenimiento de entornos naturales similares en otras zonas. La idea nació vinculada al mantenimiento de zonas húmedas en los EE.UU., de la mano de la Ley de Agua Limpia de 1972 y la Normativa del Cuerpo de Ingenieros del Ejército de aquel país. Allí, cualquiera que quiera construir o dragar un humedal considerado de interés nacional debe pedir un permiso a la agencia de Protección Ambiental y al Cuerpo de Ingenieros. Una de las condiciones para obtener el permiso es que haya garantías de que la construcción no daña el humedal o, si el daño es inevitable, que el constructor compense ese perjuicio creando o recuperando un humedal similar, de la misma extensión o mayor.
La misma empresa constructora puede realizar la tarea de recuperar la zona húmeda similar o puede pagar a alguien que lo haga. Es ahí donde entra la idea de los bancos de ecosistemas, una red de empresas y organizaciones dedicadas a restaurar y conservar humedales que venden en forma de créditos. Según la información que recoge la organización Ecosystem Marketplace en su web, en EE.UU. hay hasta 122 bancos de conservación en 14 estados, dedicados a proteger 89 especies de animales y plantas, y 50 tipos de hábitats. Los hábitats conservados son de todo tipo: humedales, bosques, playas, chaparrales (ecosistemas de arbustos), islas, etc. Entre las especies conservadas en esos hábitats se hallan desde el perrito de la pradera (Cynomys ludovicianus), el cactus Bakersfield, la lagartija chata leoparda (Gambelia sila), el zorro de San Joaquín.
También se puede encontrar hasta una mosca, la Rhaphiomidas terminatus abdominalis, una polinizadora fundamental de su ecosistema y que se halla en peligro de extinción. Se trata de un buen ejemplo de estos bancos de biodiversidad. El único lugar en el mundo donde se halla esta vistosa mosca, que vuela como un colibrí, es en las dunas de Delhi Sand, en California (de ahí su nombre en inglés, «Delhi Sands Flower-loving Fly»). La especie trae de cabeza a toda una población, Colton, ubicada al lado de las dunas de Delhi Sand. El Ayuntamiento de Colton ha visto durante largo tiempo cómo sus proyectos de crecimiento se ven obstaculizados por el complicado equilibrio entre construir y no hacer daño al hábitat de la mosca. En enero de 2007, el periódico Los Angeles Times informaba que la ciudad estaba acabando de negociar con el Gobierno un acuerdo para poder construir en el norte de la ciudad y, a cambio, proteger otra zona equivalente como hábitat para la mosca. Era el fin a un innumerable rosario de proyectos detenidos a causa de la mosca.
Actualmente, en el estado de California, si un constructor quiere construir en una zona que puede afectar a la Delhi Sands Flower-loving Fly debe pagar la conservación del hábitat del insecto en otro lugar equiparable, lo que le supone un costo añadido de 60.000 dólares por hectárea (es el precio en el mercado del ecosistema de la mosca).
¿Quién marca el precio de lo que cuesta una especie o un hábitat? Lo habitual es una fórmula mixta en la que las administraciones establecen mediante normas qué especies o hábitats están protegidos y debe «compensarse» su daño. Después, el valor económico de esa compensación lo acaba determinando la oferta y la demanda.
El sistema beneficia además a los propietarios de tierras que legalmente no pueden hacer nada en ellas porque contienen especies protegidas, ya que tienen una compensación económica al vender en forma de créditos su trabajo de conservación del territorio. Es una buena forma de incentivar la conservación de esas tierras y evitar que se acaben buscando formas dudosas de edificar zonas de interés natural.
Según un informe de Ecosystems Marketplace, el creciente mercado de la biodiversidad supone cada año un volumen económico de 3.400 millones de dólares, cifra que podría incrementarse hasta los 4.500 millones de dólares en 2010. Casi todas las transacciones se dan en los EE.UU., pero cada vez hay más países interesados. La condición es que haya una normativa legal que obligue a compensar la pérdida de biodiversidad, de forma que favorezca el comercio de créditos de compensación.
Australia ha lanzado el programa BioBanking de compensaciones. En Brasil hay un sistema nacional de unidades de conservación y de regulación de los bosques que establece compensaciones para los daños sobre las zonas forestales. En Europa existe la Directiva sobre la conservación de hábitats naturales y de la fauna y la flora. Hay otro mercado, el de las emisiones de CO2, que también impulsa en parte ese crecimiento, ya que una de las formas de compensar emisiones es la reforestación. Este mercado movió en 2008 en todo el mundo, según cifras de Ecosystem Marketplace, hasta 118 mil millones de dólares, y la previsión es que podría crecer hasta los 150 mil millones en 2009.
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