La modernización de los regadíos, por sí sola, no resuelve el déficit hídrico de la cuenca del Guadalquivir, es necesario que podamos contar con el mayor volumen posible de agua embalsado para evitar situaciones como la de la presente campaña, un año en el que pese a la abundante pluviosidad tan sólo se va a regar el 50% de la superficie. Situación que se hubiera evitado si ya se hubiesen ejecutado todos los embalses pendientes (Arenoso, Breña II, Melonares y Siles), que por supuesto no pueden ser los últimos.
En la nueva coyuntura socio-económica mundial, con un crecimiento exponencial de la demanda de energía y de alimentos, motivada fundamentalmente por el crecimiento de la población y el nivel económico de los gigantes asiáticos (China e India) es más necesario que nunca incrementar la capacidad productiva de todas las tierras de labor, y para ello es fundamental el regadío. Nuestros responsables políticos no pueden vivir de espaldas a este escenario que puede volverse en su contra.
La única manera de frenar el crecimiento imparable del precio de las materias primas es incrementar la producción para conseguir equilibrar los mercados, tal como defiende la propia FAO en su informe de “Perspectivas Agrícolas 2007-2016”.
Pero además el regadío es el primer agente en la lucha contra el cambio climático, puesto que actúa como sumidero de CO2, así una hectárea de regadío es capaz de fijar 43 toneladas anuales de CO2, justo el doble de lo que puede fijar una hectárea de bosque.
En Andalucía, el regadío supone el 60% de la producción final agraria (más de 5.000 millones de euros), un 50% del empleo agrario andaluz, el 15% del empleo total regional, y en el caso de la cuenca del Guadalquivir, el empleo total en el sistema agroalimentario dependiente de sus cultivos es de aproximadamente 128.000 personas, lo que lo sitúa en el primer sector industrial por número de empleos en Andalucía.
Asaja