El VIH/SIDA, anteriormente considerado un fenómeno sobre todo urbano, hoy pone en riesgo la vida y el sustento de millones de pobladores del medio rural de todo el mundo en desarrollo. A fines de 1998, un asombroso 95 por ciento de los 33,4 millones de personas con VIH/SIDA vivía en los países en desarrollo. África, con su población predominantemente rural, sigue siendo el epicentro mundial de la pandemia del VIH/SIDA, con el 83 por ciento del total de muertes a la fecha y nueve de cada 10 nuevos contagios. En nueve países del África subsahariana las tasas de predominio del VIH superan el 10 por ciento, y en Botswana, Namibia, Swazilandia y Zimbabwe, en el sur de África, entre 20 y 26 por ciento de la población de 15 a 49 años tiene el VIH o SIDA. Pese a que la proporción de personas seropositivas en Asia es relativamente baja -hay cuatro millones de personas con VIH/SIDA-, la India tiene la cifra más alta de personas infectadas. Y en América Latina y el Caribe, muchos países caribeños están entre los que tienen la proporción más alta de esta enfermedad en el mundo, aunque la propagación de la epidemia en América Latina ha sido más lenta que en otras regiones. Conforme la epidemia de VIH socava el adelanto logrado con dificultad en materia de desarrollo durante los últimos 40 años, sus consecuencias para la agricultura y el desarrollo rural plantean un nuevo reto a los gobiernos y a la comunidad internacional. La enfermedad ya no es un mero problema de salud, sino que se ha convertido también en un asunto del desarrollo. Aparte del sufrimiento humano que produce, el SIDA pone en peligro el desarrollo agrícola y rural sostenible. En las familias se traduce en pérdida de mano de obra agrícola adulta, conforme los adultos enferman y mueren, lo que da por resultado una disminución de la productividad, la pérdida de bienes e ingresos, el aumento de los gastos de la familia para pagar las cuentas médicas y de funerales, así como el aumento del número de parientes dependientes de cada vez menos miembros productivos de las familias. El VIH/SIDA afecta negativamente a la producción agrícola al reducir la fuerza de trabajo y trastornar los sistemas tradicionales de seguridad social. Sus consecuencias son la utilización forzada de bienes productivos, la pérdida de métodos agrícolas autóctonos, y puede exigir cambiar a una forma de producción agrícola menos intensiva en cuanto a mano de obra, lo que a menudo hace que disminuyan los niveles de nutrición. Según ciertos cálculos de un estudio de la FAO y ONUSIDA, Sustainable Agricultural/Rural Development and Vulnerability to the AIDS epidemic, en Zimbabwe, por ejemplo, la producción agrícola de los pequeños campesinos podría haberse reducido en los últimos cinco años hasta un 50 por ciento, a consecuencia sobre todo del VIH/SIDA. Poco más del 50 por ciento del total de muertes registradas en las zonas comunales estuvieron asociadas al SIDA, y el 78 por ciento de las bajas fueron hombres. Una de las consecuencias es que las viudas de esos hombres, probablemente también cada vez más enfermas, se convertirán en un grupo crítico de productoras agrícolas. Se ha dicho que en los países donde hay una alta proporción de VIH/SIDA necesitan ponderarse los planteamientos tradicionales del desarrollo agrícola y rural, y que los proyectos y programas tradicionales bien podrían hacerse obsoletos. En el decenio de 1980 la reacción ante el SIDA se orientaba sobre todo al riesgo de contagio del VIH y a reducirlo. En fecha más reciente la atención se ha centrado del riesgo individual a los factores de vulnerabilidad. Se considera que el riesgo personal está determinado por factores sociales que incrementan y perpetúan la vulnerabilidad al VIH de ciertos individuos y sectores de la sociedad, más que otros. Por vulnerabilidad se entiende la susceptibilidad de propagación del VIH y las repercusiones de la epidemia. Hay dos tipos de zonas rurales particularmente susceptibles de contraer el VIH, las situadas a lo largo de las rutas de los camiones y aquellas donde se genera emigración de mano de obra a las zonas urbanas. Está bien establecida la propagación del VIH en las rutas del comercio, factor de probable importancia en el contagio de la epidemia en las zonas de excedente agrícola; mientras que las regiones de subsistencia tradicional se han detectado como menos expuestas al VIH. Con todo, la numerosa emigración de mano de obra durante la temporada de escasez desde muchas regiones de agricultura de subsistencia hace a estas comunidades igualmente vulnerables al contagio. Los pastores nómadas corren vez más riesgos de contraer el VIH por su movilidad, marginación y acceso limitado a los servicios sociales. Las mujeres que se quedan en las granjas mientras sus esposos emigran por temporadas, también están expuestas a infectarse de VIH si ellos contraen la enfermedad. La pobreza incrementa las posibilidades de contraer el SIDA al aumentar la mano de obra migrante, por la desintegración de las familias, la falta de tierras, el hacinamiento y la falta de techo. Esto incrementa las posibilidades de que las personas tengan diversos contactos pasajeros. También los pobres tienen más posibilidades de tomar menos en serio una infección fatal al cabo de algunos años, si luchan por sobrevivir día con día. El periodo de incubación del VIH puede acortarse por la mala nutrición y los contagios repetidos, a la vez que los pobres tienen menos acceso a la atención médica. También es difícil difundir información sobre el SIDA entre la población que vive en la pobreza, por los elevados índices de analfabetismo y la falta de acceso a los medios de comunicación, a los servicios de salud y escuela, sobre todo en las zonas rurales. Las mujeres pobres están particularmente expuestas ya que no pueden protegerse de sus maridos cuando éstos ya se han infectado. Tienden a carecer de información en materia de salud y tienen poco control sobre cualquier aspecto de las relaciones sexuales.
FAO.ORG