Este grupo de expertos se trasladó a Tianjin para desarrollar su investigación, donde estudiaron las propiedades del aceite que se usa para cocinar en esta ciudad de la costa del nordeste chino, y comprobaron si era factible su conversión en biodiésel. «Analizamos aceite frito de cocinas chinas, ya que en cada lugar se utilizan distintos aceites o grasas para cocinar, con propiedades distintas como la acidez, que puede ser tan alta que impida su transformación en biodiésel» -cuenta Mª Pilar Dorado, una de las principales investigadoras de este proyecto.
«En China lo normal es usar aceite de cacahuete o soja, e incluso mezclas, por lo que no sabíamos qué resultados podíamos obtener». Asimismo, analizaron cómo mejorar las cualidades de ese biocombustible y realizaron ensayos en motores para comprobar las emisiones contaminantes y las prestaciones del motor con una nueva fuente de energía.
Los resultados han ido en la línea de los que se han visto en otros países europeos o incluso en Estados Unidos al ensayar el mismo proceso con biocombustibles a partir de aceite vegetal, comenta Dorado: «La potencia cae un poco, en torno al 10%, y el consumo de combustible aumenta alrededor de un 20%».
Sin embargo, y muy importante, las emisiones contaminantes también se reducen: «no se emiten óxidos de azufre, ya que el biodiésel carece de este compuesto», detalla esta especialista en máquinas y motores térmicos. Aunque no con tanta rotundidad, las emisiones de monóxido de carbono (CO2) se reducen muchísimo, sobre todo, comparadas con los derivados del petróleo. En concreto, Dorado señala que la disminución de la emisión de este gas depende del régimen de giro del motor y «puede caer entre un 60% y un 20%», siendo lo más destacable que se cierra el ciclo del dióxido de carbono ya que lo que emite el vehículo es lo que fijan las plantas para hacer la fotosíntesis.
Innova Press