Existen varios factores que han coincidido para hacer que la actual crisis sea especialmente devastadora para las familias pobres en los países en desarrollo.
Primero, la crisis está afectando a una gran parte del mundo de forma simultánea, reduciendo la posibilidad de mecanismos tradicionales de defensa como la devaluación de la divisa, solicitar créditos, el mayor uso de la ayuda oficial al desarrollo o las remesas de los emigrantes.
En segundo lugar, la crisis económica llega tras una crisis alimentaria que ya ha debilitado las estrategias de supervivencia de los pobres, golpeando a aquellos más vulnerables a la inseguridad alimentaria en un momento de debilidad. Enfrentados al alza de los precios domésticos de los alimentos, la disminución de ingresos y empleo y tras haber vendido sus activos domésticos, reducido el consumo de alimentos y recortado gastos en aspectos esenciales como la atención sanitaria y la educación, estas familias se arriesgan a caer aún más hondo en la trampa del hambre y la pobreza.
El tercer factor que diferencia esta crisis de las anteriores es que los países en desarrollo se encuentran más integrados -a nivel financiero y comercial- en la economía mundial que hace 20 años, los que les hace más vulnerables a las fluctuaciones de los mercados internacionales.
Muchos países han experimentado descensos generalizados en sus flujos comerciales y financieros, y han visto caer sus ingresos por exportaciones, la inversión extranjera y las remesas. Ello no reduce solamente las oportunidades de empleo, sino también el dinero del que disponen los gobiernos para programas que promueven el crecimiento y de apoyo a las personas necesitadas.
FAO