Para ello han analizado las formaciones dominadas por el esparto o atocha (Stipa tenacissima), uno de los ecosistemas más representativos de la Península Ibérica. “Las pérdidas de la cobertura vegetal en los ecosistemas estudiados implican una pérdida de la fertilidad y funcionalidad del ecosistema, y favorecen el inicio de los procesos de desertificación”, explica a SINC Fernando T. Maestre, autor principal del estudio que ha publicado la revista Ecology y profesor titular de Universidad en la Escuela Superior de Ciencias Experimentales y Tecnología de la URJC.
Tras caracterizar la distribución espacial de la vegetación, y analizar la fertilidad del suelo y la capacidad del ecosistema de reciclar la materia orgánica en nutrientes asimilables por las plantas, los investigadores demostraron que la distribución espacial de la vegetación en todas las parcelas se caracterizó, desde el punto de vista estadístico, por seguir una distribución potencial “truncada”. Esto se produce cuando se pierden las manchas de vegetación de mayor tamaño.
A pesar de ello, “las parcelas estudiadas mostraron, por ejemplo, una gran variación en aspectos tan importantes como el contenido de nitrógeno y el fósforo, y muchas deellas no presentaban ningún síntoma de sufrir procesos de desertificación”, apunta Maestre. Los investigadores encontraron además que la cobertura total de la vegetación estaba relacionada “positiva y significativamente” con la fertilidad del suelo.
Las conclusiones indican que la cobertura de la vegetación perenne, “un parámetro fácilmente obtenible mediante muestreos en campo o con fotografías aéreas”, puede utilizarse “de forma satisfactoria y robusta” para evaluar la aparición temprana de procesos de desertificación en los espartales semiáridos. España es el país europeo con mayor riesgo de desertificación. Según las estimaciones del Ministerio de Medio Ambiente, Medio Rural y Marino (MARM), un18% de la superficie española presenta un riesgo alto o muy alto de sufrir este fenómeno.
SINC