Los investigadores han analizado la presencia de plomo (Pb), neodimio (Nd), torio (Th) y uranio (U) en un centenar de muestras de 12 especies de setas comunes, comestibles o no, recogidas en zonas no contaminadas de la provincia de Ciudad Real. La recolección se realizó en áreas boscosas formadas por encinas, coscojas, melojos, pinos y jaras.
Los resultados del estudio, que se publican este mes en la revista Biometals, revelan que aparecen cantidades “considerables” de los cuatro metales en todas las especies examinadas, así como diferencias significativas en la capacidad de acumulación de estos elementos según la especie.
El análisis de estos metales pesados -que pueden llegar a ser tóxicos para el ser humano-, se realizó con espectrometría de fluorescencia de rayos X, una técnica que permite detectar y cuantificar la composición de una muestra irradiándola con rayos X.
La máxima absorción de neodimio (7,10 microgramos/gramo) y plomo (4,86 μg/g) se encontró en el rebozuelo (Cantharellus cibarius), una seta muy apreciada en los platos de la cocina europea. Este hongo crece a las sombra de encinas, alcornoques y robles, y es ectomicorrizo (se asocia a la parte externa de las raíces de las plantas para intercambiar nutrientes), por lo que contacta directamente con las partículas minerales del suelo.
Por su parte, el torio y el uranio se acumularon sobre todo en Hypholoma fasciculare, con concentraciones de 3,63 y 4,13 μg/g respectiamente, “a pesar de que se trata de una especie que vive sobre los troncos caídos de los árboles y está aislada de las sustancias minerales del suelo”.
Los científicos no encontraron diferencias significativas en los niveles de metales al comparar las setas recogidas en diferentes sustratos, hábitats y localizaciones. Sólo hubo una excepción con el torio, que se acumula más en los hongos que crecen en la madera (como Hypholoma fasciculare o Gymnopilus spectabilis) que en los que viven en contacto con la materia orgánica del suelo (Tricoloma ustaloides y Pisolithus arrhizus).
SINC