Los países pobres requieren recursos para combatir los contaminantes orgánicos

Representantes de 130 países y organizaciones no gubernamentales participaron en Ginebra en la Segunda Conferencia de las Partes de la Convención de Estocolmo sobre los COP, que ya ha sido ratificada por 125 países que se comprometieron a adoptar medidas para detener el uso y la emisión de doce químicos tóxicos.

Entre las conclusiones de la reunión estuvo que los países ricos deben contribuir para que las naciones con menos recursos desarrollen capacidades y mecanismos de vigilancia toxicológica, pues ‘los COPS no respetan fronteras’, dijo la representante de la Red Nacional sobre Tóxicos de Australia, Mariann Lloyd-Smith.

Explicó que esos productos químicos pueden emitirse en un lugar y viajar cientos de kilómetros, ‘de modo que es posible encontrar altos niveles de concentración de COP en la sangre de una persona que nunca ha estado en áreas donde han sido utilizados’.

Lloyd-Smith mencionó también que durante la conferencia se debatió sobre el problema que representa la falta de instrumentos que obliguen a los países que han ratificado la Convención a cumplirla.

Sostuvo que hay numerosos Estados que se niegan a aprobar cualquier disposición que vaya en ese sentido, ‘pero para que una Convención funcione es necesario saber quién la cumple’.
Los químicos conocidos como COP pueden ser pesticidas (aldrina, clordano, DDT, dieldrina, endrina, heptacloro, mirex y toxafeno) y otras sustancias utilizadas en procesos industriales (hexacloroberceno y bifenilos ploriclorados), aunque también se generan por la combustión de desechos plásticos (dioxinas y furanos).
Todas esas sustancias son muy tóxicas, estables y persistentes, de modo que antes de degradarse hasta convertirse en productos menos peligros pueden transcurrir años o décadas.

Asimismo, los COP tienden a acumularse en los tejidos adiposos y con especial facilidad en las criaturas que se encuentran en los niveles superiores de la cadena alimentaria como peces, aves predadoras, mamíferos y el ser humano.

A ese respecto, el representante de la Red de Acción sobre Plaguicidas y Alternativas de México, Fernando Bejarano, puntualizó que se ha descubierto una alta concentración de esos químicos en los alimentos producidos alrededor de un complejo petroquímico ubicado en el Golfo de México.

Precisó que se halló presencia de dioxina en huevos producidos en la región en niveles ‘seis veces más elevados que los límites impuestos por la Unión Europea y casi 19 veces más altos que los niveles medioambientales habituales’.
‘Esto es un bioindicador de la alta contaminación generada por el complejo (petroquímico) y del posible impacto en la cadena alimentaria de la región’, recalcó el delegado mexicano.

Por su parte, un experto africano expresó su preocupación por el surgimiento de una corriente de opinión que aboga para que se vuelva a utilizar el insecticida conocido como DDT para combatir la malaria, a pesar de que se trata de ‘un producto muy tóxico y persistente’.

A eso se suma el hecho de que su utilización masiva en el pasado provocó ‘que el mosquito desarrollara una resistencia al producto, por lo cual su uso se fue abandonando’, explicó Henly Diouf, del Centro Pan-Africano de Senegal.
Sin embargo, indicó que desde hace cinco años países como Sudáfrica, Tanzania y Uganda han vuelto a utilizarlo porque consideran que las alternativas cuestan caro y no son tan eficaces.
El delegado africano refutó esos argumentos al explicar que en la medida que existe resistencia al DDT se deberá utilizar en mayor cantidad, lo que aumentará sus efectos nocivos en las poblaciones afectadas y redundará en mayores costos

Portal del MA

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