Hace un mes un vertido de lodo rojo con material tóxico procedente de la balsa de aluminio de la localidad de Kolontar arrasó el oeste de Budapest (Hungría) y llegó al Danubio. Las consecuencias inmediatas han sido diez muertes humanas y el destrozo de casas y cultivos. En España, el vertido de Aznalcóllar de 1998 afectó a la fauna de los suelos de Doñana y exterminó a varias especies. Algunos nemátodos desaparecieron en los primeros meses del desastre.
“La abundancia y diversidad de estos animales se vio afectada de inmediato, pero a la larga, los nematodos por si mismos no sufrieron un daño irreparable”, confirma a SINC Alfonso Navas, autor principal del estudio e investigador en el Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid (CSIC).
El estudio, que se ha publicado en la revista Nematropica, comparó muestras de la zona no contaminada con muestras de la zona contaminada. Según los resultados, la diversidad y madurez de la comunidad de nematodos fue “significativamente” más baja en el área contaminada que en la no contaminada. “Níquel y Cobre parecen ser los metales más tóxicos para la comunidad de nematodos”, apunta Navas.
“La cuestión no es si los nematodos desaparecen, porque eso es imposible, sino que la nematofauna, que tiene una función biológica y de reciclado de la materia orgánica, sufre un daño y el suelo también se resiente”, especifica el investigador. “Hasta que se recuperen los suelos pueden pasar decenas de años”, añade el experto.
“Un impacto como un vertido de este tipo afecta a la estructura del suelo. Aunque a la larga pueda recuperarse, la función inmediata de la microfauna queda durante decenas de años alterada”, insiste Navas. Al impacto directo del vertido se añade el contenido en metales pesados de la mayoría de éstos.
Según los investigadores, en Aznalcóllar se ha realizado una “restauración ejemplar que comenzó con una respuesta decidida y rápida del CSIC y la Junta de Andalucía”.
Sin embargo, “parte de esos suelos continúan afectados por metales pesados aunque no hay que dramatizar porque han sido inmovilizados por medidas correctoras de naturaleza fisico-química”, señala Navas. Según el investigador, los alrededores del Parque Nacional de Doñana eran además zona minera, dónde “ya de por sí había muchos metales pesados”.
El pasado 4 de octubre, la balsa húngara de la ciudad de Kolontar rompió arrojando lodo rojo tóxico en -por lo menos- 40 km2 al Oeste de Budapest. Casas, granjas, cultivos y vidas humanas se truncaron. La “extraordinaria” fertilidad de las llanuras del río Danubio se vio también afectada. “Es muy probable que esa zona quede durante mucho tiempo alterada para los cultivos”, apostilla Navas.
Además, “en Hungría no se ha actuado con la eficacia y rapidez que cabría esperar, como ocurrió en Aznalcóllar, y probablemente los contaminantes tóxicos ya han profundizado mucho más que lo que ocurrió en España”, asegura el experto.
La “ventaja” en el vertido español es que se formó una costra de lodos que permitió que los contaminantes se quedaran en la superficie y se pudieran retirar mecánicamente. En Hungría “no hacía tanto calor para la formación de esta costra y el contenido del vertido percoló en los suelos”, manifiesta el científico.
Al filtrarse los metales pesados en el suelo, “se reduce su biodiversidad y queda afectada de forma notable la productividad del suelo tanto desde el punto de vista físico como nutricional. Sin los componentes biológico naturales del suelo, éste no se remueve ni airea y por tanto se compacta con el tiempo”, especifica Navas.
Para el biólogo español, Aznalcóllar puede ser un ejemplo de actuación de lo que se debe hacer en Hungría. Los nematodos y lombrices de tierra desempeñan un papel “fundamental” porque aceleran el ciclo de nutrientes y hacen que éstos se intercambien. “Sin la microfauna, las raíces de las plantas se asfixian y no crecen, por tanto la fertilidad (agrícola y forestal) de los suelos se verá mermada”, concluye Navas.
sinc