En pocas semanas hemos visto cómo el capital extranjero se hacía con el estandarte de la industria agroalimentaria de nuestra región. Los ingleses, de la mano de la “British Sugar,” son los nuevos dueños de Azucarera Ebro, puesta en venta hace unos meses por la matriz Ebro Puleva. Quién le iba a decir a la burguesía aragonesa y catalana, promotores de las industrias de la remolacha para no depender del azúcar de caña de ultramar una vez independizada Cuba, que un siglo después los empresarios españoles, con el beneplácito de las administraciones y de algunas cajas de ahorros, iban a poner el negocio en bandeja de plata a los ingleses. Ver para creer. Todo el negocio azucarero español, tanto el vinculado a la producción de remolacha como el vinculado a la comercialización de azúcar de refino, deja de hablar español, deja de responder a los intereses patrios, para moverse al son de las decisiones que se tomen en “la City londinense”. Pero más asombroso es todavía que en nuestro país, en nuestra región como principal productora, la autoridades y algunas fuerzas agrarias reciban con júbilo al nuevo capital de cuyas intenciones muy poco se conoce. Los ingleses pondrán a partir de ahora las condiciones al cultivo de la remolacha: decidirán sobre cantidades a comprar y precio. Y si hacer y comercializar azúcar sigue siendo rentable, que lo seguirá siendo aunque no lo sea cultivar la raíz, los dividendos de la compañía entrarán como divisas en el Reino Unido.
Coincidiendo en el tiempo, y no dudo que forzada por los acontecimientos, la principal empresa de la economía social castellana y una de las más importantes del país, la cooperativa ACOR, firmó un acuerdo estratégico con los franceses para, desde una empresa de capital mixto, comercializar el azúcar de producción propia a partir de remolacha y, por vez primera, también de refino. La cooperativa que a raíz de la reforma de la OCM ha reducido su beneficio a un diez por ciento del que venía dando de una forma consolidada, en vez de vender ha optado por compartir el negocio, hacer aliados para ganar en tamaño. Para que nos entendamos, si Azucarera Ebro se vendió a los ingleses, la mitad de ACOR es como si fuera de los franceses, quienes a buen seguro no solamente van a poner dinero sino que van a participar y posiblemente de una forma decisiva, en la toma de decisiones futuras.
Algunas de nuestras industrias lácteas ya se vendieron en su día a los franceses, un proceso que no está cerrado todavía, por lo que podría haber más movimientos. El resultado ha sido la importación de miles y miles de litros de leche de Francia que se envasa aquí despreciando la producción de nuestros ganaderos, cuando no la importación de productos lácteos elaborados ya en el país vecino. Un proceso que a la inversa intentó Leche Pascual adquiriendo una fábrica en el país vecino y se llevó el más absoluto batacazo, ya que para comprar leche tenía que pagarla más que nadie y después en los lineales no la vendía ni dando dos por el precio de uno, lo que le obligó a replegar velas.
Es difícil que el consumidor español compre primero lo nuestro, que tenga apego a lo que se produce y transforma en su tierra, si ve cómo el poder político y económico deja marchar las empresas sin poner reparo alguno y en no pocos casos dando facilidades. Pasó en su día con las cadenas de supermercados y con la gran distribución y ahora pasa con la industria agroalimentaria. Los dos eslabones más decisivos en la cadena agroalimentaria se mueven al margen de los intereses de nuestro país, toman decisiones que perjudican a los agricultores, y aunque estos no lo sepan o perciban, también a los consumidores. España está siendo un país colonizado por el capital de las multinacionales de la agroalimentación con el fin de neutralizar nuestra capacidad de respuesta y hacerse con un importante mercado: el que representa nuestra población y los millones de turistas que nos visitan cada año. Un mercado de alto poder adquisitivo en el que se pueden vender los productos de mayor valor añadido.
Castilla y León necesita de industrias agroalimentarias fuertes que transformen los muchos productos de calidad que se producen en esta tierra. Industrias cuyo capital esté comprometido con el desarrollo económico y social de la región. Para esto, además de fomentar nuevas implantaciones, hay que evitar que las que tenemos cierren sus puertas o se vendan al primero que pase. Y tanto para una cosa como para la otra, necesitamos políticos que crean en esto y no que pongan alfombra roja en el aeropuerto de Villanubla a los ejecutivos que llegan a nuestra región en busca de chollos. Y sobre todo, Castilla y León necesita de una gran cadena de distribución que coloque en los lineales los productos de la región, los muchos productos de calidad que por falta de promoción peligra su transformación y su producción agrícola o ganadera. En una agricultura globalizada, donde los aranceles son ya algo del pasado, la defensa de lo nuestro no es posible si no está de nuestra parte el consumidor, la industria agroalimentaria y las grandes superficies. Esto, que parece un imposible, lo tienen como pacto de sangre nuestros vecinos los franceses.
ASAJA