Artículo de opinión de José Antonio Turrado es secretario general de ASAJA de Castilla y León
La Junta de Castilla y León acaba de hacer públicos los datos de las solicitudes de ayuda a la incorporación de jóvenes al sector agrario correspondientes a la convocatoria de 2004. Menos de medio millar de agricultores y ganaderos de toda la región, siguiendo la tónica descendente de los últimos años, se han decidido por hacer de la agricultura y la ganadería su profesión, cifra ésta lejos del objetivo marcado por las autoridades agrarias, tanto de la Junta como del Ministerio, que es justamente del doble.
Seguramente son varias las causas de esta escasa apetencia de los jóvenes por incorporase a las labores agrarias, y no será fácil poner medidas eficaces para invertir la tendencia, pero lo cierto es que estamos ante un nuevo fracaso de la política agraria.
De entrada, no a todos los jóvenes les gusta una vida de autónomos, donde no hay seguridad de un salario a final de mes, donde los ingresos están condicionados por multitud de variables, y las vacaciones o días de descanso se disfrutan cuando se puede y no cuando se quiere. No todos los jóvenes tienen las mismas posibilidades de que la familia le ayude en los primeros pasos proporcionando tierras, ganados, derechos de producción, maquinaria, vivienda o simplemente garantías frente a las entidades financieras. Y las ayudas públicas, además de escasas, están sujetas a condiciones, plazos y burocracia que no siempre son compatibles con el desarrollo de una actividad empresarial. Pero además, y en los últimos tiempos, la política agrícola común está siendo más cambiante que nunca, lo que hace que el joven tenga que estar pendiente de un mercado de la tierra y los derechos de producción que se mueve poco y es muy caro, mientras están en el aire decisiones que tienen que tomar los gobiernos, y que no toman, que paralizan por completo cualquier iniciativa empresarial.
Un joven que decide quedarse en el campo está decidiendo pasarse su vida de autónomo, de empresario trabajador de su propia empresa, con un negocio en el que no pone precio a su mercancía y cuya producción depende de las variables meteorológicas, y encima tiene que asumir que sus ingresos estén condicionados a innumerables decisiones políticas cambiantes cada día, y para colmo, en un sector al que no se le ve un futuro claro. Y todo ello, teniendo que hacer unas elevadísimas inversiones que tardan en amortizarse y que quizás siguiendo criterios estrictamente empresariales no se lleguen a amortizar nunca.
Y después está la otra parte: vivir en el medio rural. La vida en el medio rural, en la mayoría de los cientos y cientos de pequeños pueblos de nuestra región, no es precisamente una vida fácil; no lo es para el agricultor y lo es menos para su familia. El abandono al que las autoridades están sometiendo al medio rural se suma a los inconvenientes ya inherentes a los mismos por la distancia a las ciudades, donde se encuentran los centros de servicios, los asistenciales, los sanitarios, los de formación, y en definitiva todo aquello por lo que ha luchado una sociedad de progreso y que unos tienen más al alcance de la mano que otros.
Panorama desolador el que se encuentran los jóvenes que por vocación desearían ser agricultores y ganaderos, como lo son o lo fueron sus padres. Panorama que ahuyenta las vocaciones agrarias, porque esto también tiene algo de vocación. Y mientras que nuestro campo envejece, mientras que nuestros pueblos se abandonan y el medio rural se empobrece en todos los aspectos, nuestros políticos, sean del color que sean, siguen mirando para otro lado.
Artículo de opinión de José Antonio Turrado es secretario general de ASAJA de Castilla y León
Asaja