Como parte del Tratado Internacional sobre los Recursos Fitogenéticos para la Alimentación y la Agricultura, se pondrá en marcha un nuevo esquema de distribución de beneficios gracias a las generosas donaciones de diversos gobiernos destinadas a algunos proyectos en este ámbito.
Los detalles serán explicados en la reunión de esta semana del Órgano Rector del Tratado en Túnez. Los proyectos han sido seleccionados entre más de 300 propuestas enviadas por campesinos, organizaciones de agricultores y centros de investigación, sobre todo de África, Asia y América Latina.
Un fondo común mundial
Es la primera vez que se transfieren beneficios económicos en aplicación del Tratado acordado en 2004. El Tratado creó un fondo común mundial formado por 64 cultivos alimentarios que suman más de un millón de muestras de recursos fitogenéticos conocidos.
El Tratado estipula que siempre que un producto comercial patentado haya utilizado un gen de este fondo común, el 1,1 % de sus ventas debe destinarse al fondo de distribución de beneficios del Tratado.
El primer grupo de proyectos recibirá unos 250.000 dólares EE.UU. Noruega, Italia, España y Suiza han aportado el capital inicial a este fondo para la distribución de beneficios.
Una década de espera
La fitogenética es un proceso lento y pueden transcurrir diez o más años desde que se produce la transferencia de genes hasta que llega a un producto patentado. Por este motivo, los gobiernos anteriormente citados han respaldado el proyecto.
Para financiar su donación, Noruega introdujo un pequeño impuesto sobre la venta de semillas en su mercado nacional. Los proyectos seleccionados tendrán que respetar una serie de criterios en apoyo a los agricultores pobres que conservan diferentes variedades de semillas y ayudan a reducir el hambre en el mundo.
«Estamos agradecidos a los gobiernos que han realizado aportaciones voluntarias para poder hacer estos proyectos realidad», afirmó el Dr. Shakeel Bhatti, Secretario del Órgano Rector del Tratado. «Si los campesinos y otras partes implicadas -añadió- no reciben ninguna ayuda para conservar y desarrollar las diferentes variedades, esta diversidad de cultivos que tienen en sus manos podría perderse para siempre».
La diversidad es la clave
Ningún país es autosuficiente en recursos fitogenéticos; todos dependen de la diversidad genética de los cultivos de otros países y regiones. Por lo tanto, la cooperación internacional y el libre intercambio de recursos genéticos son esenciales para la seguridad alimentaria.
El cambio climático ha hecho que este reto sea aún más urgente, ya que existe la necesidad de conservar todos los cultivos desarrollados durante milenios capaces de resistir inviernos fríos o veranos calurosos.
Sólo 150 cultivos alimentan a la mayor parte de la población mundial, y únicamente 12 de ellos proporcionan el 80 por ciento de la energía alimentaria procedente de las plantas, suministrando el arroz, el trigo, el maíz y la patata por sí solos casi el 60 por ciento.
Un tesoro escondido
Muchas variedades nuevas y sin explotar se encuentran en algunos de los lugares más remotos e inaccesibles de los países pobres, donde tradicionalmente han sido cultivadas por campesinos locales, pero nunca han sido comercializadas. La mayor preocupación es que muchos cultivos que han desarrollado una resistencia a veranos calurosos e inviernos fríos, o a largos periodos de sequía, pueden perderse. Por este motivo, la conservación en los propios lugares de cultivo es una de las prioridades del Tratado.
Los delegados que asistan a la reunión tratarán de consensuar fórmulas para impulsar aún más los aspectos del Tratado relacionados con la distribución de beneficios. Estos podrían incluir un llamamiento del Órgano Rector a los gobiernos, donantes privados y fundaciones para aportar 116 millones de dólares con los que consolidar la labor de ayuda del Tratado a los países en desarrollo para la mejora de sus cultivos.
«Aunque las discrepancias sobre el acceso a los recursos genéticos agrícolas pueden entrañar aspectos muy técnicos y cuestiones legales muy complejas, los retos están bastantes claros», afirmó el Dr. Bhatti.
«Los fitogenetistas necesitan un acceso amplio a la diversidad genética para hacer frente al cambio climático, luchar contra las plagas y enfermedades de las plantas, y alimentar a una población mundial que está experimentando un rápido crecimiento», aseguró.
Descenso de la biodiversidad agrícola
La mayor parte de los alimentos que consumimos hoy en día tienen su origen en el trabajo y conocimientos de los agricultores a lo largo de los siglos en otras partes del mundo, desde las patatas de Perú hasta las alcachofas de África del Norte.
Sin embargo, la biodiversidad agrícola, fundamental para la producción alimentaria, está experimentando un acusado descenso debido a los efectos de la modernización, los cambios en la dieta y el incremento de la densidad demográfica. Se estima que en el último siglo se han perdido unas tres cuartas partes de la diversidad genética de los cultivos agrícolas, y esta merma genética continúa.
Se estima que hace tiempo existían unos 10.000 cultivos. Hoy en día, sólo 150 cultivos alimentan a la mayor parte de la población mundial, y únicamente 12 de ellos proporcionan el 80 por ciento de la energía alimentaria procedente de las plantas. El arroz, el trigo, el maíz y la patata representan por sí solos casi el 60 por ciento.
El Tratado Internacional sobre los Recursos Fitogenéticos para la Alimentación y la Agricultura proporciona a campesinos, fitogenetistas y científicos el acceso a material fitogenético gratuito de 60 cultivos -cultivos que representan el 80 por ciento de todo el consumo humano- y ayuda a compartir los beneficios obtenidos de su uso comercial.
FAO