Un proyecto propuesto por la FAO en el marco del Llamamiento consolidado interinstitucional de las Naciones Unidas para Tanzania 2000, ayuda a más de 50 mil refugiados para disfrutar con sus familias de una mejor nutrición gracias a haber aprendido a producir alimentos. Los refugiados están en Tanzania desde 1993, cuando la guerra y el desorden público obligaron a miles de personas a huir en busca de seguridad a Burundi, la República Democrática del Congo y Rwanda. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) mantiene diez campamentos en Tanzania que acogen a más de 300 mil refugiados, y el Programa Mundial de Alimentos (PMA) les ha proporcionado alimentos para evitar una hambruna. Pero mejorar el acceso a los alimentos en los campamentos se hizo imperativo cuando la disminución del presupuesto obligó al PMA a reducir drásticamente sus raciones de urgencia a fines de los años noventa. Como táctica de supervivencia muchos refugiados comenzaron a formar huertos para cultivar alimentos, sólo que algunos estaban mal atendidos y no eran productivos. En 1999, la FAO se unió a la operación internacional de socorro mediante la introducción de un programa orientado a mejorar los niveles de nutrición entre las familias más vulnerables. En colaboración con el ACNUR, la FAO proporcionó semillas y aperos a 15 mil familias de seis campamentos de refugiados para cultivar huertos familiares y de la comunidad. La FAO propuso este proyecto en el marco del Llamamiento consolidado interinstitucional de las Naciones Unidas para Tanzania 2000 y recibió una contribución de 122 mil dólares EE.UU. del Gobierno de Suecia. Es una extensión de otro proyecto financiado por Suecia, que forma parte del llamamiento de 1999. Recientemente se hizo una evaluación que produjo resultados impresionantes y mostró la necesidad de ampliar el proyecto. Muchos de los refugiados procedían de zonas urbanas y carecían de experiencia agrícola, de modo que era necesario capacitarlos. A las mujeres que tenían experiencia en esta actividad un grupo de expertos en agricultura les impartió capacitación en técnicas sencillas para la gestión de huertos, y estos conocimientos se transmitieron posteriormente a otros grupos más numerosos. «Después de dividir el huerto en secciones hay que sembrar en las líneas divisorias», explica Beatrice Simbakwira, refugiada de 35 años de edad y madre de tres hijos, a la que le agrada demostrar este concepto agrícola recién aprendido, posteriormente impartido a otros miembros de su grupo de mujeres. Las 15 mil familias beneficiarias recibieron semillas de repollo, ocra y dos tipos de espinacas, y las hileras de hortalizas que se cultivan en la parcela que atiende el grupo de la Sra. Simbakwira prosperan a la perfección. Casi todas las personas conocían el repollo y las espinacas, pero la ocra era una novedad para muchas de ellas. La mitad de las personas, concediéndole a esta hortaliza el beneficio de la duda, decidieron probarla. Los dirigentes del campamento piensan dar demostraciones prácticas para enseñar a preparar los alimentos, con el fin de obtener un rendimiento máximo en cuanto a nutrición y gusto. Los agricultores del proyecto también han aprendido la importancia de los fertilizantes naturales: «Antes de transplantar desde el semillero, fertilizamos las parcelas con composta -explica Simbakwira-. Metemos en un hueco excavado en la tierra pasto y la ceniza de nuestros fogones. Pasados dos o tres meses se convierte en composta que colocamos en el suelo antes de sembrar». Además, los campesinos han aprendido la importancia de los cultivos mixtos, compuestos de dos o más especies que se siembran juntas para limitar las destructivas infestaciones de insectos. También han aprendido a utilizar remedios simples como agua y jabón para ahuyentar las plagas. Aunque el objetivo del proyecto consiste en proporcionar inmediatamente más alimentos, los conocimientos adquiridos por los beneficiarios pueden ser muy valiosos cuando vuelvan a sus aldeas de origen. «Cuando muchas de estas familias logren volver a sus lugares de origen, es previsible que siga siendo motivo de preocupación para ellos conseguir alimentos -explica Giuseppe Debac, consultor de la FAO que ha proporcionado asistencia técnica en la ejecución del proyecto-. Al impartirles estos conocimientos necesarios para producir hortalizas en pequeñas parcelas, se les ha ayudado a estar menos expuestos al hambre a largo plazo».
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