La agricultura después de Cancún

En la cumbre de la OMC realizada en Cancún se repitió, por enésima vez, aquello que todos ya sabemos pero fingimos no saber: los países ricos, nos guste o no nos guste, estemos o no estemos de acuerdo con sus políticas, seguirán hasta donde les sea posible, subsidiando y protegiendo a sus agricultores; y los países pobres seguirán sin fuerza política para impedir que los ricos continúen haciéndolo. Esta realidad ya ha sido demostrada tantas veces y con tanta contundencia que resulta casi incomprensible que aún sigamos perdiendo tiempo, esfuerzos y oportunidades, con el platillo en la mano, mendigando decisiones que dependen de la buena o mala voluntad de los gobiernos de los países ricos; estos a cada cumbre inventan un nuevo motivo, pretexto o excusa para no eliminar estos artificialismos.
¿Será que la eliminación de dichos artificialismos es realmente imprescindible para que los agricultores latinoamericanos puedan ingresar a los mercados ricos? ¿Será que es necesario que sigamos sometiéndonos a tanta y tan larga humillación? Definitivamente no, pues tenemos al alcance de la mano una solución más soberana, más eficaz y definitiva para conquistar, con las armas de nuestras ventajas comparativas y de la eficiencia productiva, el «pasaporte» para acceder a los mercados internacionales y, simultáneamente, para evitar que productos agrícolas subsidiados ingresen a nuestros países.
Esta aseveración se fundamenta en la siguiente premisa: nuestra competitividad depende de la mayor o menor capacidad que tengan nuestros agricultores de ofrecer productos de buena calidad y con bajos costos de producción y distribución; es decir, los agricultores más eficientes son y seguirán siendo menos afectados por los referidos artificialismos y viceversa. Entonces, el tiempo y el esfuerzo que durante años y décadas hemos aplicado, sin obtener ningún resultado concreto, en protestar y negociar lo que los países ricos consideran innegociable, deberíamos aplicarlos en lograr que nuestras vacas en vez de producir 4 litros de leche al día, produzcan 30 litros tal como lo hacen las de los países ricos; que nuestros cultivadores de trigo en vez de cosechar como promedio latinoamericano 2090 kgs/Ha obtengan 5000 kgs tal como lo hacen los chilenos u ojalá 8000 kgs como lo hacen en promedio los alemanes y franceses; que nuestros paperos en vez de cosechar 13.500 kgs obtengan 49.000 Kgs/Ha tal como lo hacen los belgas; que nuestros productores de maíz en vez de cosechar 3.300 kgs. produzcan 10.000kgs/Ha tal como lo hacen los estadounidenses. Si alimentásemos nuestras vacas lecheras, pollos y cerdos con el maíz de 10.000 Kg/Ha junto con la soya que ya producimos con altos rendimientos, pero aún muy aumentables, inundaríamos los países desarrollados con carne, leche y sus derivados a costos tan competitivos que contrarrestaríamos los efectos negativos del proteccionismo y de los subsidios que ellos practican.
Si a este incremento de rendimientos agregásemos la diversificación productiva para evitar riesgos y vulnerabilidades climáticas y comerciales, si eliminásemos las ociosidades/sobredimensionamientos de factores de producción existentes en nuestras fincas, si mejorásemos la calidad e incorporásemos valor a nuestras commodities, si los agricultores formasen grupos para adquirir los insumos y comercializar las cosechas, en conjunto, seríamos altamente competitivos, aunque los países ricos se mantuviesen en sus actitudes de intransigencia.
En vez de seguir lamentando las amenazas de nuestros competidores deberíamos adoptar una actitud más proactiva de sacar provecho de las envidiables oportunidades y fortalezas de nuestra agricultura; entre ellas la abundancia y bajo precio de la tierra, ídem de mano de obra, nuestra posibilidad de producir carne a pasto, sin estabular los animales ni calefaccionar sus instalaciones, nuestra posibilidad de obtener tres cosechas de granos al año, contra una en los países desarrollados, nuestra autosuficiencia en la producción de proteínas para alimentar a los animales, nuestras tecnologías que ya están disponibles, pero subutilizadas debido a las inaceptables debilidades de los servicios de extensión rural. Y todo esto depende especialmente de los propios agricultores, con la única condición de que los gobiernos les proporcionen, nada más que, los conocimientos necesarios para que ellos sepan corregir las ineficiencias tecnológicas, gerenciales y organizativas que aún caracterizan a la mayoria de los productores rurales.
Durante años y décadas, los negociadores y diplomáticos tuvieron suficientes oportunidades para exhibir RESULTADOS en términos de corrección de las distorsiones del comercio internacional. Como no han tenido éxito en su misión es necesario que los argumentos de los negociadores y los buenos modales de los diplomáticos sean reemplazados por la competencia de los extensionistas y, a través de ellos, por la eficiencia de los agricultores. En resumen, en vez de lamentar los problemas insolubles, deberemos tener el pragmatismo de resolver los problemas solucionables.
Ampliaciones sobre este tema podrán ser solicitadas a través del E-Mail Polan.Lacki@uol.com.br o encontradas en la Página web http://www.polanlacki.hpg.com.br

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