– La escasa o nula regulación respecto a la prohibición de recolectar el caracol en zonas silvestres por parte de las comunidades autónomas. Lo cual da absoluta impunidad a los recolectores irresponsables. – La tremenda y rápida transformación de terrenos vírgenes, ya sean bosques como estepas, en campos de cultivo para abastecer las necesidades del hombre. Esta adaptación de terrenos se ha venido produciendo desde el Neolítico y se sigue produciendo hasta el día de hoy y, aunque también se abandonan terrenos de cultivo en España, estos ya no se recuperan para volver a albergar poblaciones numerosas de caracoles. No olvidemos tampoco la transformación de los terrenos para la implantación de industrias, la constante demanda de papel, la lluvia ácida que abrasa los bosques, la extracción de mineral, construcción de vías de comunicación o recalificaciones de terrenos vírgenes para futuras urbanizaciones de lujo o campos de golf, por citar algunos ejemplos.
– Los constantes incendios provocados por la mano del hombre, que cada temporada desertizan miles de hectáreas de tierra repleta de vida animal y vegetal.
– La constante y lógica lucha de los agricultores con las babosas y caracoles que destruyen y merman sus cosechas o dañan las hojas de las hortalizas, ya que, en los tiempos que corren, una hortaliza con agujeros no tiene buena presencia y por tanto no es atractiva para el consumidor, aunque carezca de productos químicos como insecticidas o fungicidas. Hoy, tristemente lo importante es la presencia externa del producto. Esta lucha, Agricultor Vs Moluscos, sobretodo se da en zonas de regadío donde los moluscos buscan la humedad y el alimento constante.
– El efecto de la desertización que en la mayoría de la superficie española (sobretodo Andalucía, Castilla la Mancha y Extremadura) está provocando que los ríos y los riachuelos se sequen y solo sirvan para rememorar célebres historias basadas en la gran cantidad de caracoles que los lugareños recogían a lo largo del cauce de los mismos.
Ningún amante de la Helicicultura puede quedarse pasivo ante la esplendorosa imagen de un caracol campando a sus anchas por la salvaje vegetación impregnada de rocío o gotas de lluvia recién caída.
Los que tenemos la suerte de identificarnos con el entorno rural y que a la ver amamos esta actividad, podríamos enumerar, al menos dos lugares, donde antaño hubo miles y miles de caracoles y ahora cuesta mucho divisar alguno conchas rotas o blanquecinas por el efecto del solo como único vestigio de su pasada existencia. Reflexionemos sobre esto…
Os propongo una cosa: preguntar a la gente mayor del lugar si antes había o no caracoles… Si queréis compartir vuestras averiguaciones no dudéis en mandar vuetros comentarios a info@biocaracol.com