La aparición de las abejas en el mundo la podemos ubicar en las postrimerías de la era terciaria (hace unos 150 millones de años). Captó la atención del hombre cuando esté descubrió que la miel, fruto de su trabajo, era una sustancia dulce con la que pronto aprendió a mejorar sus alimentos.
Allí comenzó una relación estrecha entre el hombre y la abeja, la que se extiende hasta nuestros días. Desde los métodos más precarios, como lo muestra una pintura rupestre hallada en Valencia, España, en la cual un hombre trata de acceder a un panal de abejas, hasta los más sofisticados de nuestros días.
La abeja figura en la mitología griega, siendo Aristeo el primer apicultor. Todos los pueblos de la antigüedad la consideraron sagrada. Los romanos, los egipcios, los judíos, asírios e hindúes, mencionan a la miel como componentes de recetas medicinales.
Hasta el descubrimiento de la caña de azúcar, cuyo consumo intenso eclipsó el uso de la miel, ésta había sido durante muchísimo tiempo el único endulzante que había conocido la humanidad. La explotación de las abejas se hacía entonces en forma rudimentaria sin tener una significación mayor. Recién a fines del siglo XIX, el suizo Huber y otros estudiosos realizaron importantes observaciones, que se complementaron con la colmena movilista de Langstroth y, de esta forma, dieron a la apicultura el verdadero impulso que la transformó en floreciente industria.
A partir de entonces, numerosos inventos, mejoramiento del método de trabajo y del material apícola, permitieron el perfeccionamiento de la técnica. Como consecuencia, esto produjo un gran progreso en la indústria apícola. Comienzan a establecerse gran cantidad de colmenares en Europa, Estados Unidos, Canadá y en la República Argentina.
Según un informe de la Sociedad Rural Argentina, a partir de 1851 comienza la actividad apícola en nuestro país, más precisamente en las provincias de Córdoba y Mendoza. Hasta principios del siglo XX, las explotaciones apícolas fueron aisladas y sin mayor importancia, debido principalmente, al concepto erróneo que había en la época de que las abejas eran peligrosas para el ser humano y causantes de graves perjuicios en la fruticultura.
Pero muchos inmigrantes que llegaron al país por ese entonces, trajeron de su país de origen técnicas y conocimientos apícolas. Se instalaron colmenares en las provincias de Buenos Aires, Córdoba y Mendoza. Se dejaron practicamente de lado las técnicas primitivas (que aún subsisten en algunos empreendimientos) y se emplearon nuevos procedimientos, comparados con los que utilizan los países más adelantados en la materia.
El desarrollo de la apicultura en la Argentina ha ido en constante aumento. Se estima que actualmente existen más de 800 mil colonias que constituyen unos 2 millones de colmenas distribuías, en su mayor parte, en las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Santiago del Estero, Tucumán y Entre Ríos.
En la provincia de Salta, existen aproximadamente 180 apicultores con 1.200 colmenas, representando un apenas significativo aporte comparado al resto de las provincias productoras.
En 1965, la República Argentina produjo 35 mil toneladas métricas de miel, cifra que trepó, en 1999, a más de 100 mil toneladas métricas, lo que representa un aumento de más de 186% durante ese período de 34 años. La Argentina es el primer exportador mundial de miel (el primer productor es China, con más de 2 millones de toneladas métricas anuales), siendo los principales compradores Estados Unidos de América, Alemania, Reino Unido, España, Italia y Kuwait, entre otros.
El consumo interno de miel en nuestro país es de poca significación, estimado en 180/200 gramos por habitante (el consumo mundial promedia los 250 gr. «per cápita», pero los principales consumidores alcanzan los 2 Kgr. «per cápita»).
Teniendo en cuenta las cifras mencionadas en el parágrafo anterior y que la perspectiva mundial para la actividad apícola es alagueña debido a la permanente y aumentante demanda, podemos concluir que esto representa el gran desafío para la apicultura argentina:
1) Lograr mayor eficiencia en su capacidad exportadora, manteniendo mercados, abriendo nuevos y exportar un producto con mayor valor agregado;
2) Estimular el mayor consumo interno por medio de estrategias de marketing adecuadas.
Asimismo, y con estrecha vinculación con los puntos mencionados arriba, se encuentra el rol preponderante que debe ostentar el productor apícola salteño ante esta realidad argentina. Salta presenta cifras poco significativas en lo que hace a producción apícola, pero posee suelo, clima y flora aptas para esa actividad. Lo que es más, estas condiciones favorables pueden permitir la obtención de un producto de excelente calidad, diferenciado, de características orgánicas con amplia aceptación tanto en el mercado interno como en el exterior.
El presente material persigue como objetivo, determinar puntos débiles y fuertes, argumentar razones, ofrecer información de «know how» y elaborar un plan de acción, para llevar a cabo la realización de un empreendimiento apícola exitoso en nuestra provincia.